▶️ El genio artístico está hecho para la vivencia estética (es decir, tiene una capacidad intuitiva para captar las ideas estéticas). Es desinteresado y se entrega a la contemplación inmediata, no genera la distancia de la reflexión y no tiene ninguna noción de la utilidad o la practicidad. Las artes ponen ante nuestra mirada la forma de la naturaleza.
No solo la filosofía, sino también las bellas artes trabajan en el fondo para resolver el problema de la existencia. Pues en todo espíritu que se entrega una vez a la contemplación puramente objetiva del mundo, se despierta una tendencia, por oculta e inconsciente que sea, a comprender la verdadera esencia de las cosas, de la vida, de la existencia. Esta esencia es lo único que tiene interés para el intelecto como tal, es decir, para el sujeto puro del conocimiento, emancipado de los propósitos de la voluntad, así como estos propósitos son lo único que le interesa al sujeto que conoce como mero individuo.
Por eso, el resultado de toda concepción puramente objetiva, es decir, también artística de las cosas, es una expresión más de la esencia de la vida y de la existencia. Una respuesta más a la pregunta: “¿qué es la vida?”. Toda obra de arte auténtica y lograda responde a su manera a esta pregunta. Y su respuesta siempre es correcta, solo que las artes no saben hablar sino el lenguaje ingenuo e infantil de la intuición, no el abstracto y serio de la reflexión. Su respuesta es por eso una imagen fugaz, no un conocimiento universal permanente. Toda obra de arte responde, pues, a esa pregunta para la intuición, lo haga con una pintura, una escultura, un poema o una escena dramática.
También la música ofrece su respuesta más profunda incluso que todas las demás, pues en un lenguaje inmediatamente inteligible, aunque intraducible al lenguaje de la razón, expresa la esencia más íntima de toda vida y de toda existencia. El resto de las artes presentan todas ellas, a quien pregunta, una imagen intuitiva, y le dicen: “mira aquí, esto es la vida”. Su respuesta, por muy exacta que pueda ser, ofrecerá solo una satisfacción provisional, no completa y definitiva, pues las artes proporcionan solo un fragmento, un ejemplo, en vez de la regla. Y no la totalidad, que solo puede darse en la universalidad del concepto.
Es tarea de la filosofía dar una respuesta duradera y siempre satisfactoria a esa pregunta por medio del concepto, es decir, reflexivamente e in abstracto. Vemos aquí en qué se basa el parentesco de la filosofía con las bellas artes y podemos deducir de ello que las aptitudes para ambas, siendo muy diferentes en sus respectivas direcciones y en sus aspectos secundarios, se confunden en su raíz.
Así pues, toda obra de arte tiende realmente a mostrarnos la vida y las cosas tal como son en verdad, solo que debido a la bruma de contingencias objetivas y subjetivas, no todo el mundo puede percibirlas inmediatamente. Es esta bruma lo que el arte disipa. Las obras de los poetas, los escultores y los artistas plásticos en general, contienen, como es sabido, un tesoro de profunda sabiduría, precisamente porque por ellas habla la sabiduría de la naturaleza misma de las cosas, y lo que ella dice, lo interpretan repitiéndolo con mayor pureza y precisión.
Hay que colocarse ante un cuadro como ante un soberano, esperando a ver si nos habla y qué va a decirnos. Y como a este, tampoco a aquel debemos dirigirle la palabra, pues solo nos oiríamos a nosotros mismos. De los capítulos precedentes y de toda mi teoría del arte, se desprende que el propósito del arte es facilitar el conocimiento de las ideas del mundo, en el sentido platónico, el único que reconozco para la palabra idea. Pero las ideas son esencialmente algo intuitivo y por eso, en sus determinaciones más propias, son inagotables. La comunicación de algo así no puede realizarse sino por la vía de la intuición, que es la del arte. Todo aquel que esté imbuido de la comprensión de una idea está justificado si elige el arte como medio para comunicarla.
Arthur Schopenhauer. “Sobre la esencia íntima del arte”. Complementos al libro III de El mundo como voluntad y representación.
▶️ La música ocupa el lugar más alto en la jerarquía de las artes que establece Schopenhauer, porque la considera un contacto inmediato con la voluntad. Y demuestra que la vida de la voluntad no se agota en la naturaleza: la música es una segunda naturaleza, nunca puede ser simple imitación de ella, y brota del lenguaje de la voluntad. La considera hasta el punto de afirmar que una filosofía real es una filosofía de la música, porque quien consiguiera traducir el lenguaje de la música, traduciría el lenguaje de la realidad.
Hay en la música algo inefable e íntimo, en virtud de lo cual pasa ante nosotros como un paraíso que nos es familiar, aunque eternamente lejano, tan inteligible y sin embargo tan inexplicable. Y esto se debe a que reproduce todas las agitaciones de nuestro ser más íntimo, pero sin la realidad y lejos de sus tormentos.
Del mismo modo, la seriedad esencial de la música, que excluye lo ridículo de su dominio propio, se explica porque su objeto no es la representación, sólo en relación a la cual son posibles la ilusión y el ridículo, sino directamente la voluntad, que es esencialmente lo más serio, pues todas las cosas dependen de ella. De la riqueza y significatividad de su lenguaje, son testimonio incluso los signos de repetición y el Da capo, que en las obras literarias serían insoportables, pero que en la música, en cambio, son muy útiles y aceptables, pues para entender su lenguaje hay que escuchar dos veces.
Con esta exposición sobre la música intento aclarar que en un lenguaje altamente universal, la música expresa en ese material homogéneo que son los simples sonidos, y con la máxima determinación y verdad, la esencia interior. El en sí del mundo, lo que nosotros concebimos con el concepto de voluntad en su manifestación más clara. Por otro lado, opino que la filosofía no es otra cosa que una completa y precisa reproducción y exposición de la esencia del mundo en conceptos muy universales, pues solo esos conceptos pueden abarcar de manera suficiente y operativa la entera esencia del mundo. Por eso, quien me haya seguido hasta aquí y haya admitido mi forma de pensar, no encontrará demasiado paradójico el que yo diga ahora que si fuera posible una explicación completa de la música, tanto en su conjunto como en sus detalles; es decir, si pudiéramos repetir detalladamente en conceptos lo que ella expresa, eso sería como una repetición y una explicación suficientes del mundo en conceptos, o algo equivalente.
Y esto sería la verdadera filosofía. Desde nuestra elevada concepción de la música, podríamos entonces parodiar del siguiente modo la máxima de Leibniz, arriba mencionada y completamente exacta desde un punto de vista más inferior:
La música es un ejercicio oculto de metafísica en el que el espíritu ignora que filosofa.
Arthur Schopenhauer. Libro III de El mundo como voluntad y representación.
La experiencia estética de Kant se asemeja bastante, o al menos me lo parece, pero no es comparable con el "estado estético" , este último no es solo experiencia sensible, también contiene un tipo de conocimiento , el "intuitivo", puro, sin los artefactos racionales, capta lo esencial de la existencia...Pero para llegar a ello se tiene que saber de arte?... es la contemplación, sin "aparataje" cognitivo, posible?.
Transcribo parte de lo que Hermann Hesse responde a unos lectores entusiastas, con tendencia a la intelectualización de las obras, a propósito de unos relatos de Kafka (perdón por la extensión pero he resumido bastante): "Resulta gratificante la participación de esos lectores que ya no quieren disfrutar pasivamente, que no desean solo consumir un libro, que quieren conquistarlo y apropiárselo mediante su análisis...Pero, en esa ansiedad de dominarlos a través del análisis crítico se ha perdido buena parte de la capacidad para entregarse a la contemplación y a la escucha. Si nos contentamos con arrancar a un poema o a una narración su contenido en ideas, en tendencias, en elementos didácticos o instructivos , nos conformamos con poco, y el secreto del arte, lo auténtico y esencial, se nos escapa...Quien esté capacitado para leer de verdad a un escritor, sin hacerse preguntas, sin esperar resultados intelectuales o morales, sino sencillamente abierto a recibir lo que le ofrece el escritor, esas obras le darán todas la respuestas que necesite...Ese afán por "interpretar " es un juego de la razón; un juego que a veces puede parecer muy brillante. El juego de quien puede manejar el intelecto pero es incapaz de entender el arte...que nunca encuentra el camino hacia el interior de una obra de arte porque está ante la puerta probando cien llaves y no se da cuenta de que la puerta está abierta".