Para Schopenhauer, el cerebro es un centinela que ha puesto la Voluntad. Lo que manda en el mundo son los intereses producto de la Voluntad; por eso la inteligencia informa pero la Voluntad decide en secreto. Puede haber deseos inconfesados durante años, porque la inteligencia se cansa pero la Voluntad nunca.
La voluntad que considerada puramente en sí misma, es sólo un impulso ciego, incesante y carente de conocimiento, tal y como la vemos aparecer tanto en la naturaleza inorgánica y vegetal, y en sus leyes, como en la parte vegetativa de nuestra propia vida, recibe del mundo de la representación, que se le ha añadido y se ha desarrollado a su servicio, el conocimiento de su volición y de aquello que ella quiere, y que no es otra cosa que este mundo, la vida tal y como existe. Por eso hemos llamado al mundo fenoménico su espejo, su objetidad; y como lo que la voluntad quiere es siempre la vida, precisamente porque la vida no es más que la manifestación de esa volición para la representación, es indiferente —por ser un pleonasmo—, decir “la voluntad de vivir”, que simplemente “la voluntad”.
Como la voluntad, es la cosa en sí, el contenido íntimo, lo esencial del mundo, y la vida es el mundo visible, el fenómeno no es sino el espejo de la voluntad. La vida acompañará a la voluntad de un modo tan inseparable como la sombra al cuerpo que la proyecta. Y si hay voluntad, habrá también vida, mundo. Por lo tanto, a la voluntad de vivir siempre le está asegurada la vida, y mientras estemos llenos de voluntad vital, no hemos de preocuparnos por nuestra existencia, ni siquiera cuando vemos cerca la muerte. Es cierto que vemos al individuo nacer y morir, pero el individuo no es sino fenómeno, solo existe para el conocimiento sujeto al principio de razón. Es sin duda para este conocimiento para el que el individuo recibe su vida como un don, surge de la nada, sufre con la muerte la pérdida de ese don y regresa a la nada.
Pero nosotros, que queremos considerar la vida filosóficamente, es decir, según las ideas, veremos que ni la voluntad —la cosa en sí de todos los fenómenos— ni el sujeto del conocimiento —espectador de todos los fenómenos— están afectados por el nacimiento y la muerte. Nacimiento y muerte pertenecen a la manifestación de la voluntad, o sea, a la vida. Y a ella le es esencial presentarse en individuos que nazcan y desaparezcan como fenómenos fugaces que aparecen en la forma del tiempo, fenómenos de lo que en sí no conoce el tiempo, pero tiene que presentarse del modo descrito para objetivar su esencia propia. Nacimiento y muerte pertenecen de la misma manera a la vida y se mantienen en equilibrio entre sí como condiciones mutuas o, si prefiere otra expresión, como polos del fenómeno entero de la vida.
Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, IV
Para Schopenhauer, la Voluntad es esa fuerza vital que va hurgando en el interior, buscando la circunstancia empírica que le permita realizarse. En este sentido, en el mundo empírico hay engaño y la esfera social es el teatro de la mentira. Incluso frente a nosotros mismos, porque una cosa es tener la Voluntad y otra tener un conocimiento de ella.
Nuestra verdadera disposición filosófica consiste ante todo en ser capaces de sorprendernos con lo habitual y lo cotidiano, por lo que nos vemos inducidos a convertir lo universal del fenómeno en nuestro problema, mientras que los investigadores de las ciencias positivas se sorprenden solo de los fenómenos selectos y raros, y su problema es meramente reducir estos a fenómenos mejor conocidos.
Cuanto más inferior es un hombre en el ámbito intelectual, menos enigmática es para él la existencia misma; le parece que todo lleva en sí mismo la explicación de su ser y de su modo de ser. Esto ocurre porque su intelecto todavía sigue siendo fiel a su destino originario de mediador de los motivos al servicio de la voluntad, y, por eso, está estrechamente unido al mundo y a la naturaleza, como parte integrante de ellos. Por consiguiente, está muy lejos de comprender objetivamente el mundo, para lo que necesitaría desligarse del conjunto de las cosas, situarse frente a ese conjunto y así existir, al menos momentáneamente, por sí mismo. En cambio, el asombro filosófico que resulta de esta dualidad está condicionado en el individuo por un mayor desarrollo de la inteligencia; sin embargo, desde un punto de vista más general, no es esta la única condición, pues sin duda, el conocimiento de la muerte y, junto con él, la consideración del dolor y la miseria de la vida, son los que dan el más fuerte impulso a la reflexión filosófica y a la interpretación metafísica del mundo. Si nuestra vida no tuviera fin y careciese de dolores, quizá a nadie se le ocurriría preguntar por qué existe el mundo y por qué es precisamente de tal naturaleza; todo se entendería por sí mismo.
Arthur Schopenhauer. Complementos al libro primero de El mundo como voluntad y representación.
Muchos autores recogen en sus obras lo trágico e irremediable del "vivir en el deseo", uno de ellos es Thomas Mann (supo perfectamente lo que significa encerrar, silenciar deseos, "reprimir"), un libro delicioso basado en una leyenda india "Las cabezas trocadas", en principio me interesó por el interrogante de dónde reside nuestra personalidad, en la cabeza (cerebro) o en el cuerpo, pero nos habla sobre todo de la destrucción a la que lleva el deseo, la voluntad que nos mueve tanto a la vida como a la muerte. Muy recomendable un ensayo del mismo autor "Schopenhauer, Nietzsche, Freud".